En 1953 el Cuartel Moncada era, por todo, la segunda fortaleza militar del país. Ante el fracaso de la operación militar, sus agresores fueron juzgados, respetándoseles todas las garantías procesales, y sentenciados a pocos años de prisión, si tenemos en cuenta la extrema gravedad de los delitos cometidos (rebelión armada, entre otros), puesto que con su acción castrense habían atentado, ni más ni menos, contra los poderes del Estado y su seguridad interior.
Los convictos, sin excepción, fueron respetados en la penitenciaría de Isla de Pinos, gozando incluso de prerrogativas impropias en los presos. Y para completar su suerte, fueron amnistiados en mayo de 1955 cuando apenas habían cumplido 22 meses de prisión, esto es, poco más de la décima parte de sus muy piadosas condenas.
Siempre me llamó la atención cómo pudieron ser tan afortunados, habida cuenta de la tan grande violación que habían cometido y siendo Batista y sus esbirros tan criminales, como siempre nos dijeron… Es una contradicción muy difícil de entender, ni siquiera justificada por la presión internacional para su liberación, que nos decían había existido. Empero, aceptando que esa fuera la causa para el perdón (que no la fue), cabe ahora preguntarnos: con qué justificación, entonces, permanecen en las cárceles cubanas tantos presos y detenidos políticos y de conciencia, cuando se ejerce fuerte presión internacional para su liberación, si ninguno de ellos ha tirado ni un hollejo de naranja a una pared de la más insignificante unidad militar? Qué cambia en este caso?
La respuesta es obvia: lo que cambia es que Cuba está sumida en la más cruel y sangrienta tiranía que haya sufrido jamás, que ni deja pensar a la gente, que odia, reprime y asesina a su propio pueblo, al que trata descaradamente de mercenarios, delincuentes y marginados cuando optan por no bajar más la cabeza.
Revisando la historia cubana de estas últimas 6 décadas, una cosa queda clara, y es que si un ataque de tal magnitud se realizara hoy, sus protagonistas sobrevivientes posiblemente no llegarían a juicio, y si llegan, con toda seguridad serían sentenciados a muerte y ejecutados en tiempo récord.
Cinco años después de aquel ataque, Batista tuvo la vergüenza, la dignidad y la hombría de abandonar el poder para evitar más derramamiento de sangre entre cubanos. Las actuales bestias, al mejor estilo de los más despiadados tiranos que se revuelcan en el basurero de la historia, echan a pelear a muerte entre sí a los cubanos, y optan porque el pueblo siga languideciendo hasta sucumbir a base de hambre, latigazos y muerte, con tal de mantenerse obstinadamente en el poder. Fulgencio Batista fue un angelito, no cabe duda, si se lo compara con estos monstruos que hoy destruyen a la que antes fue una bella, unida y próspera Cuba Libre, y masacran a su pueblo, como nefasto legado del Moncada.
