
Ayer, 28 de julio de 2024, las elecciones en Venezuela se presentaron como una oportunidad histórica para derrocar una dictadura por la vía democrática. Como muchos, me sumergí en un optimismo extremo, imaginando un escenario donde la voluntad popular sería respetada y los representantes del chavismo aceptarían su derrota. Sin embargo, la realidad se impuso y, una vez más, los chavistas retuvieron el poder, asegurando otros seis años de dominio y posiblemente planificando ya cómo perpetuar su control más allá de este periodo.
El tema de Venezuela me toca muy de cerca, provocándome una vergüenza ajena al saber que la dictadura cubana es la que mueve los hilos para mantener a Maduro en el poder. La caída de Maduro significaría un aceleramiento en la caída de Díaz-Canel en Cuba, lo cual explica la persistente influencia de La Habana en Caracas.
Ayer olvidé, lo confieso, que los comunistas no se cansan en su afán de mantener el poder a cualquier costo, incluso si ello implica la eliminación de vidas humanas. Así es como se ha sostenido una de las dictaduras más largas en la historia moderna: la de los Castros en Cuba. Ignoran la opinión pública internacional porque saben que, si persisten en su intransigencia, el contrario se cansará, olvidará y, eventualmente, les permitirá continuar haciendo lo que deseen.
Este optimismo me llevó a no percibir que la opinión en las redes sociales, aunque movilizadora, rara vez es suficiente para cambiar situaciones objetivas. La viralidad de los temas en redes es efímera, desapareciendo con la misma velocidad con la que aparecen. Al final, los individuos, ocupados con sus propias vidas, no pueden mantener la presión necesaria para forzar un cambio significativo.
Maduro y su círculo han conservado el poder, desafiando todas las encuestas y pronósticos. Su indiferencia hacia la voluntad popular y la opinión pública se debe a su blindaje dentro del poder que ostentan, que no cederán fácilmente. Otro engaño más es simplemente otra raya para el tigre que no cambia su naturaleza.
Los amantes de la libertad pecamos de ingenuos al creer que, por la vía democrática, se puede cambiar el curso de dictaduras que desprecian a sus propios pueblos. El mundo ha cambiado, y la era de las intervenciones militares está muriendo, conocimiento que los comunistas aprovechan para gobernar con total impunidad, seguros de que el mundo no puede exigirles cuentas por sus crímenes.
Para que ocurra un cambio real, es necesario una profunda toma de conciencia y una inmensa presión interna. Cuba es el ejemplo clásico de inacción: los Castros establecieron una dictadura, eliminando partidos políticos para asegurarse el poder perpetuo, mientras desinforman al pueblo. El mundo observa impasible el sufrimiento del pueblo cubano, pero no actúa, porque la acción debe venir del propio pueblo.
La conexión entre Venezuela y Cuba es crucial: Venezuela proporciona los recursos esenciales para sostener la dictadura cubana, prolongando el sufrimiento del pueblo y el disfrute de sus gobernantes. La Habana no puede permitir que Caracas ceda a la voluntad popular, habiendo aprendido de los errores de la izquierda en casos como Correa y Evo Morales. No permitirán que partidos diametralmente opuestos ganen elecciones.
Con la esperanza de un cambio pacífico extinguida, reconozco que los métodos de lucha deben cambiar para revocar estas modernas dictaduras. No obstante, seguiré expresando mi opinión en los medios sociales, convencido de que la lucha por la libertad no debe cesar, aunque los caminos para alcanzarla deban ser redefinidos.