Estados Unidos es una nación reconocida como la tierra de la libertad. Se ha forjado con el sudor de millones de familias que han inmigrado hasta aquí con el sueño de encontrar las oportunidades que en sus tierras de origen les fueron negadas. Este país, construido sobre el esfuerzo de generaciones de inmigrantes, ha sabido mantener un equilibrio entre la diversidad cultural y los valores fundamentales que lo sostienen: la libertad, el trabajo y el respeto por la ley.
Gracias a esa diversidad, se ha permitido el libre ejercicio de la religión y la libertad de expresión, principios esenciales de una sociedad democrática. Esta tierra de oportunidades cobija y ampara a quienes llegan con la convicción de que, a través del trabajo arduo y el respeto por sus normas, se pueden construir los sueños. José Martí, el Apóstol de la independencia cubana, supo admirar ese espíritu de libertad cuando expresó: "Estoy, al fin, en un país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida. Aquí uno puede estar orgulloso de su especie. Todos trabajan, todos leen (...)".
La historia ha demostrado que emigrar a los Estados Unidos ha sido, para muchos, la única opción para vivir una vida digna. La existencia humana es efímera y ningún gobierno tiene el derecho de convertir la vida de sus ciudadanos en una miseria. En este sentido, Estados Unidos representa un refugio donde el bien puede y debe florecer. Y en la lucha constante entre el bien y el mal, quienes habitamos esta nación tenemos el derecho y la responsabilidad de hacer prevalecer el bien sobre el mal.
Por ello, quien llega a esta tierra con malas intenciones no tiene cabida en ella. Incluso el más ferviente defensor de la inmigración se incomoda cuando un individuo, lejos de aprovechar la oportunidad que se le brinda, comete actos de violencia o crimen. Es un derecho legítimo de los Estados Unidos proteger la tranquilidad y seguridad de quienes han venido aquí para contribuir a una sociedad mejor.
Nadie con sentido común y empatía puede querer que se le niegue la oportunidad de alcanzar esta tierra a quien sueña con mejorar su vida. Sin embargo, eso no significa que Estados Unidos deba convertirse en un terreno sin ley donde los criminales campen a sus anchas. Aquel que viene con intenciones de dañar el bienestar de este país debe ser regresado a su lugar de origen, pues sus propios actos evidencian que no salió de su patria en busca de una mejor oportunidad, sino para encontrar víctimas más fáciles de someter.
Siempre defenderé la inmigración como un derecho inalienable del ser humano, pero eso no implica que deba permanecer impasible ante aquellos que, en lugar de buscar una vida mejor, vienen a violar los derechos de los demás. Quien no comprende que "el respeto al derecho ajeno es la paz", no merece indulgencia alguna. Es responsabilidad del gobierno de los Estados Unidos garantizar la seguridad de sus ciudadanos y de aquellos inmigrantes que han venido a construir, no a destruir.
Si la razón de la inmigración es alcanzar la libertad, su mayor responsabilidad es protegerla. Quien esté dispuesto a perderla, que regrese.
